¿Es la soledad el precio a pagar para lograr el éxito? Hay quien así lo piensa, incluidos muchos líderes. Margaret Thatcher, por ejemplo, decía que el de primera ministra era un trabajo solitario, pue no se puede liderar desde la multitud. Y para Elisabeth Elliot, la soledad es un curso obligatorio para el liderazgo.
La soledad puede ser un estado o un sentimiento, hasta el punto de que uno puede estar solo y no sentirse solo, y sentirse solo a pesar de estar acompañado. En este último caso, no es el número de contactos lo que te garantiza compañía, sino la calidad y profundidad de estos.
Desde una posición de liderazgo se producen infinidad de contactos, conversaciones y reuniones, sin que por ello exista una verdadera conexión entre los participantes. Cuando se da ese caso, el líder tiende a recluirse en un espacio mental reducido, y el diálogo que podría conducir a un mejor desarrollo del trabajo de su equipo queda gravemente afectado, falto de una motivación eficaz.
La soledad es la pena que lleva el liderazgo, pero el hombre que tiene que tomar las decisiones recibe una gran ayuda si siente que no hay incertidumbre en las mentes de los que le siguen, y que sus órdenes se cumplirán con confianza y con la expectativa del éxito.
Ernest Schakleton
Por muy admirado y respetado que sea el líder, la generación de conexiones con su equipo no se produce en ocasión de las grandes decisiones sino en las relaciones cotidianas, en las que el líder tiene la oportunidad de sintonizar con los demás, hacer muchas preguntas, pedir opiniones, interesarse por los detalles personales y ver cómo afectan al trabajo de cada uno o pasar más tiempo con aquellos con los que no lo hace de manera habitual. Preocuparse por esas cosas estimula a los miembros del equipo y produce satisfacción en el propio líder, lo que acaba por beneficiar al funcionamiento de la organización a la que pertenecen.
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El Líder Imperfecto 