La voz pública de las mujeres

Aquellas mujeres que, como Mesia en el foro o Isabel I en Tilbury, consiguen hacerse oír, a menudo adoptan una versión de la vía «andrógina», imitando conscientemente aspectos de la retórica masculina. Eso fue precisamente lo que hizo Margaret Thatcher cuando reeducó su voz, demasiado aguda, para darle el tono grave de autoridad que sus consejeros creían que le faltaba. Sí funcionó, quizás no sea correcto criticarlo, pero este tipo de tácticas contribuye a que las mujeres sigan sintiéndose excluidas, imitadoras de papeles retóricos que no perciben como propios. Dicho sin rodeos, que la mujeres pretendan ser hombres puede ser un apaño momentáneo, pero no va al meollo del problema.

Hemos de pensar, fundamentalmente, en las reglas que rigen nuestras intervenciones retóricas, y no me refiero a la consabida afirmación de que «después de todo, los hombres y las mujeres hablan lenguas diferentes» (y si lo hacen es sin duda porque se les ha enseñado diferentes lenguas), ni pretendo tampoco sugerir que sigamos por la senda de la psicología pop de que «los hombres son de Marte y las mujeres de Venus». Mi impresión es que si queremos avanzar de verdad en la «cuestión de la señorita Triggs». Hemos de volver a algunos de los principios básicos de la naturaleza de la autoridad hablada, de aquello que la compone de cómo hemos aprendido a oír autoridad allí donde la oímos. Por consiguiente, en vez de impulsar un todo agradable, profundo, ronco y totalmente artificial, deberíamos analizar las fallas y fracturas que subyacen en el discurso masculino dominante.

Mary Beard. Mujeres y Poder. La Voz Pública de las Mujeres. Páginas 46-47

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s