Seguimos tratando el poder como algo elitista, emparejado al poder público, al carisma individual del llamado liderazgo y, a menudo, aunque no siempre, a un cierto grado de celebridad. Nos referimos al poder de forma muy estricta y limitada, como si se tratara de un objeto de propiedad que solo muy pocos – en su mayoría hombres – pueden poseer o ejercer (y eso es precisamente lo que resume la imagen de Perseo, o Trump, blandiendo su espada). En estos términos, las mujeres, como género, no como individuos, quedan excluidas del poder por definición. No es fácil encajar a las mujeres en una estructura que, de entrada, está codificada como masculina: lo que hay que hacer es cambiar la estructura. Y eso significa que hay que considerar el poder de forma distinta; significa separarlo del prestigio público; significa pensar de manera colaborativa, en el poder de los seguidores y no solo de los líderes; significa, sobre todo, pensar en el poder como atributo o incluso como verbo (empoderar), no como una propiedad. Me refiero a la capacidad de ser efectivo, de marcar la diferencia en el mundo, del derecho a ser tomado en serio, en conjunto e individualmente. Es el poder en este sentido que muchas mujeres perciben que no tienen, y que lo quieren…
¿Deberíamos, pues, ser optimistas en lo relativo al cambio cuando pensamos lo que es el poder y lo que puede hacer, y el compromiso de las mujeres con dicho poder? Quizás un poco.
Mujeres y Poder, Un Manifiesto. Mary Beard
